Lo que dijo el trueno
De todo y para dos
miércoles, 14 de noviembre de 2012
Calle 13 en La Plata
Llega Calle 13, a tocar gratis el 19. Buenísimo. Los pibes son super revoluta. A las minas les encanta el pelado y a los tipos el espíritu rebelde que curten. ¿Pero quién paga eso? Porque la banda se la re-contra-banca, pero gratis, lo es que gratis, no creo que vengan. ¿La municipalidad o la provincia tienen unos pesos y los gastan en pan y circo?Habiendo tantos tipos que estarían orgullosos y felices de presentarse hasta pagando, músicos, actores, bailarines, etc, llamamos a los más caros. Elvis Crespo debe estar revolcándose en su tumba (musical). ¿Cuánto aprenderemos?
jueves, 11 de octubre de 2012
La marcha de los estudiantes: flojos que se esfuerzan.
Mi noticiero amigo me
informó hoy temprano que había marcha. Paranoico como drogado en la frontera,
empecé a cerrar las ventanas del departamento. No, me dijo mi amigo noticiero,
hoy empieza en Plaza Italia y acaba en Avenida Matta. Me sentí complacido,
porque las piedras, las balas[i] y
los gases no me afectarían. Mi noticiero querido me agregó otra información: la
marcha empezaría a las seis de la tarde. Como a esa hora ya estoy yugando el
calor del hogar, en pantuflas en la alfombra y leyendo “El mercurio”, pensé que
sería pintoresco romper la rutina y darme una vuelta por Baquedano. Mi
noticiero y sus adeptos me dijeron mil veces que los que asistían a la marcha
eran puros vagos, flojos, encapuchados, comunistas, delincuentes o una mezcla extrañísima de todos. Quise comprobarlo, porque si de flojear se trata, a mi juego me
llamaron.
Llegué a eso de las seis menos cinco, o cinco para la
seis, puntual como caballero inglés. Todavía había sol, y unos adolescentes (estudiantes
de media) se protegían con lentes multicolores. Otros, estudiantes
universitarios, estaban disfrazados. V de venganza la lleva, me dijo uno con
una careta de la película. Miles y miles de jóvenes en grupos, riendo y tomando
café, junto a banderas de Chile, Colombia y Perú. La gente terminaba de llegar:
gente adulta, que trabaja todo el día y que probablemente no había podido
asistir a las anteriores por problemas de horario. Remeras y estandartes de
Mafalda, de Jara, de la Parra. Todos comenzaron a marchar a las seis y tanto,
hacia Parque Bustamante. Yo, que estaba sentado en un banco de la plaza, me
resistí.
-
¿Mierda, dónde están los vagos que me
habían prometido? –grité.
Dos
viejas me preguntaron a coro quéeeeeee.
-
Sí, abuelas –les dije-. Los vagos, los
flojos, ¿dónde están?
Las
viejas chotas seguían sin entender.
-
A ver –intenté explicarme-. Esta gente paga
boletos caros para llegar, unos de los boletos de transporte público más caros
del mundo. Viven en la periferia de la ciudad, a más de media hora o una hora
de acá. Muchos trabajan, otros estudian. Se preparan y encima van a caminar el
kilómetro hasta el escenario. ¿Dónde están los vagos, los flojos?
Las
viejas me miraban, compadeciéndome. Yo estaba al borde de un ataque de nervios.
-
¡Sí! –les grité.- La gente que opina en
mi noticiero amigo, desde sus computadoras o sus aifons, en las camas de sus
casas o en sus escritorios de oficina, me dijeron que acá iba a encontrar
vagancia y flojera.
Las
viejas empezaron a caminar, a seguir la caravana de miles de personas.
Quise
buscar delincuentes, para fraternar con mi espíritu de argentino. Había un par
de chicos con capuchas. Eran 50 o 100 entre miles. Cerca de ellos había un
grupo de fotógrafos. Esta es la mía, dije, a chorearle las cámaras a los gringos.
Insté a los anarcos-punks a punguear a los fotógrafos, para ver si hacíamos
unos pesos en San Diego, la Departamental o la Grecia vendiendo las cámaras. Pero ni eso. Los
anarco sólo querían quilombo. Romper los semáforos o tirarle piedras a los pacos,
aunque de robar ni hablar. Me defraudé. Porque encontré miles y miles de
personas, felices la mayoría, enojadas la minoría, pero ni a palos encontré
vagos ni flojos, y menos delincuencia. Puta, pensé, será la próxima, mientras me volvía en un taxi, donde el chofer me decía: "todos vagos y delincuentes". Tuve ganas de pegarle. No me animé.
[i] Ver
el caso del gendarme que para espantar a una turba tiró tiros al aire en una zona de edificios, e hirió de gravedad a un chico que cerraba sus ventanas..
miércoles, 10 de octubre de 2012
Chile: La pena de muerte por amor a la vida
Me estoy tomando unos mates con
bizcochos cuando me llega la noticia: diputados del UDI piden restablecer la
pena de muerte. Al tiro me atraganto con las masas y debo cebarme tres o cuatro
mates rapidito para evitar mi propio deceso. Para tranquilizarme, mi noticiero
amigo me aclara que sólo se verían afectados los que cometan delitos en contra
de funcionarios en servicio. -¿O sea –le pregunto- que si yo voy a manifestarme
frente a La Moneda contra la caza de pandas en Schiuan y un paco me pega y yo le tiro con mi
hamburguesa de soya, puedo ser condenado a la horca? No, me responde nuevamente
mi noticiero “gomia”. Y me aclara que sólo los que comentan un grave delito
contra los funcionarios serán castigados con la pena capital. Estoy tentado de
preguntarle si alguien, un juez en este caso, tendría la facultad necesaria
para considerar la cuantía de un delito, sobre todo cuando de una vida en juego
se trata, y a sabiendas de lo falibles que son muchas veces sus deliberaciones.
Aunque no pregunto, claro. Porque
del otro lado mucha gente me responde. –No
sólo muerte, sino pico también –dice uno con veleidades fálicas. Otro
agrega, imperativo y misterioso:- Mátenlos
a todos, ¿saben cuánto cuesta mantener a un preso? Y un intelectual
termina: - Hay
que reservarla para los crímenes que atentan contra la dignidad de las personas -.Y se pregunta,
incisivo-¿Cuándo la sociedad perdió el
derecho de limpiarse de lo peor que la compone?
Debo reconocerlo: esos argumentos
tan firmes casi me persuaden. Pienso en todos esos burócratas firmando el pacto
en Costa Rica, aburridos de camisa y corbata mientras fantasean con la arena
blanca y con chicas y traguitos a cuenta de los estados que representan. Pienso
en esos países emblemas de libertad que tienen establecida dicha pena, pienso
en la vigencia bíblica de la ley del talión. Y pienso en la pena de muerte por
el amor a la vida. Este apostolado no es fácil, sin embargo. Porque hay que ser
muy pelotudo para pensar que además de muerte, habría que darles pico a los
asesinos. Hay que ser un pelotudo mezquino para no contar que googleamos
“cuánto cuesta mantener un preso en Chile” y nos guardamos la información para
esgrimirla cuando alguien se oponga a los que pensamos (no lo googlees, te lo
cuento: entre dos y tres sueldos mínimos por mes). Y hay que ser más que
pelotudo, casi el rey de los pelotudos, para hablar de preservar la dignidad de
las personas cuando la solución de conservar a los mejores se basa en limpiar a
los peores.
No, no es fácil este apostolado.
Creánme. Porque pensar de una forma tan cavernícola en este siglo es todo un
desafío. Mientras termino el mate, pienso en aquella respuesta de Borges ante
la pregunta de un periodista italiano que indagó si aún quedaban caníbales en
nuestro país.
-No –dijo Georgi-, nos los
comimos a todos.
martes, 28 de febrero de 2012
Canto a los hombres del pan duro
Nacen, se reproducen, después mueren.
De cobre son y el cobre los golpea.
Llevan de cobre el corazón y la camisa.
Llevan de cobre las mujeres recias.
Llevan de cobre el ojo y los abuelos.
De cobre son y suenan.
Nacen, se reproducen, después, mueren.
Y es de cobre el vapor del caldo escaso,
de cobre el duro tálamo, la higuera,
el defendible hinojo,
la charla sobre el pan, el hasta cuándo,
las mesas de hule roto, la impaciencia
por ver caras alegres, frutillas, casas propias,
amigos bajo el sol, bajo la siesta.
Nacen, se reproducen, después, mueren.
Fueron cadetes de la industria,
albañiles de andamios,
fabricantes de cosas inútiles modernas,
paladines del aire y del martillo,
fregadores de pisos, humo de chimeneas.
Nacen, se reproducen, después mueren.
¿Quién obtuvo sus sangres?
¿Quién destinó sus vértebras?
¿Quién los puso de gallos en la aurora
caminando y gritando, pateando y acatando,
hirviéndoles la sangre compañera?
Yo los he visto hastiados hasta decir no quiero,
los he visto matando en frigoríficos,
matando en primaveras
en que todo nacía sin motivo aparente
como nacen las flores;
lo he visto con bolsas,
moverse, trabajando, cuando era
la hora de comer,
la hora egregia del amor y del descanso;
los he visto trepados a las torres,
trepados a las viejas torres,
dándoles cal, charlando con los ángeles,
mirando un punto de la tierra,
un solo punto vivo
al cual pertenecían
y por el cual hilaban sus días, sus esencias.
Los he visto volviendo a sus hogares
con la honradez al hombro, mirándose las piernas,
detallándose niños y costumbres,
algunas cosas que suceden,
pisándose las huellas,
hollándose los marzos, los octubres,
los panes sin almuerzo, las amargas cosechas
del frío, las amargas recolecciones para otros
y las amargas siembras
del cobre que resuena en el alma
como un gran acordeón tocando a fiesta.
Yo sé que nacen, sí.
Yo sé: se reproducen. Yo sé: se mueren.
Sé que suenan a cobre, sé que suenan
a rasgadoras fiebres, a pan hermoso y triste.
Tienen hijos de cobre, muy sonoros;
tienen mujeres recias,
cigarrillos baratos en los dedos,
hondas causas vitales manchando sus ojeras.
Están aquí y allá.
Suenan, resuenan.
Son de una gama gris.
Andan y trepan.
Naturalmente cobres, naturalmente solos,
tienen el sol cerrado sobre la mano abierta.
Y un día caen trizados por el tiempo,
con unos ojos amplios hacia el norte
y un pan duro indicando sus presencias.
Son esos hombres duros como el cobre.
Suenan, resuenan.
*por Mario Jorge de Lellis: un militante de la poesía
De cobre son y el cobre los golpea.
Llevan de cobre el corazón y la camisa.
Llevan de cobre las mujeres recias.
Llevan de cobre el ojo y los abuelos.
De cobre son y suenan.
Nacen, se reproducen, después, mueren.
Y es de cobre el vapor del caldo escaso,
de cobre el duro tálamo, la higuera,
el defendible hinojo,
la charla sobre el pan, el hasta cuándo,
las mesas de hule roto, la impaciencia
por ver caras alegres, frutillas, casas propias,
amigos bajo el sol, bajo la siesta.
Nacen, se reproducen, después, mueren.
Fueron cadetes de la industria,
albañiles de andamios,
fabricantes de cosas inútiles modernas,
paladines del aire y del martillo,
fregadores de pisos, humo de chimeneas.
Nacen, se reproducen, después mueren.
¿Quién obtuvo sus sangres?
¿Quién destinó sus vértebras?
¿Quién los puso de gallos en la aurora
caminando y gritando, pateando y acatando,
hirviéndoles la sangre compañera?
Yo los he visto hastiados hasta decir no quiero,
los he visto matando en frigoríficos,
matando en primaveras
en que todo nacía sin motivo aparente
como nacen las flores;
lo he visto con bolsas,
moverse, trabajando, cuando era
la hora de comer,
la hora egregia del amor y del descanso;
los he visto trepados a las torres,
trepados a las viejas torres,
dándoles cal, charlando con los ángeles,
mirando un punto de la tierra,
un solo punto vivo
al cual pertenecían
y por el cual hilaban sus días, sus esencias.
Los he visto volviendo a sus hogares
con la honradez al hombro, mirándose las piernas,
detallándose niños y costumbres,
algunas cosas que suceden,
pisándose las huellas,
hollándose los marzos, los octubres,
los panes sin almuerzo, las amargas cosechas
del frío, las amargas recolecciones para otros
y las amargas siembras
del cobre que resuena en el alma
como un gran acordeón tocando a fiesta.
Yo sé que nacen, sí.
Yo sé: se reproducen. Yo sé: se mueren.
Sé que suenan a cobre, sé que suenan
a rasgadoras fiebres, a pan hermoso y triste.
Tienen hijos de cobre, muy sonoros;
tienen mujeres recias,
cigarrillos baratos en los dedos,
hondas causas vitales manchando sus ojeras.
Están aquí y allá.
Suenan, resuenan.
Son de una gama gris.
Andan y trepan.
Naturalmente cobres, naturalmente solos,
tienen el sol cerrado sobre la mano abierta.
Y un día caen trizados por el tiempo,
con unos ojos amplios hacia el norte
y un pan duro indicando sus presencias.
Son esos hombres duros como el cobre.
Suenan, resuenan.
*por Mario Jorge de Lellis: un militante de la poesía
miércoles, 21 de septiembre de 2011
"No mamá", por Griselda García*
un hombre dejó su semen
accidentalmente en mí
hace unas semanas
y hoy la sangre viene a decirme
que no seré madre.
no seré madre:
no se me hinchará el vientre como un globo
no usaré gigantescos vestidos floreados
no vomitaré por las mañanas
no criaré várices
no me crecerán las tetas
podré dormir boca abajo
seguiré sangrando mes a mes
podré masturbarme con facilidad
no sentiré algo comiéndome por dentro
no me cambiará el humor, el sueño.
no viviré nada de eso.
oigo a mujeres decir:
"tener un hijo es lo mejor que me pasó en la vida"
y pienso:
"qué vida de mierda habrá tenido",
nunca lo digo, claro.
pero cada vez que hablan de tener bebés,
la hija que aún queda en mí
asiente suavemente y sonriendo recuerda
a la madre que mató y permaneció viva.
*Escritora y traductora argentina.
http://griseldagarcia.blogspot.com/
lunes, 5 de septiembre de 2011
"Matar a un Niño", por Stig Dagerman*
Es un día suave y el sol esta oblicuo sobre la llanura. Pronto sonarán las campanas, porque es domingo. Entre dos campos de centeno, dos jóvenes han hallado una senda por la que nunca fueron antes, y en los 3 pueblos de la planicie resplandecen los vidrios de las ventanas. Algunos hombres se afeitan frente a los espejos en las mesas de las cocinas, las mujeres cortan pan para el café, canturreando, y los niños están sentados en el suelo y abrochan sus blusas. Es la mañana feliz de un día desgraciado, porque este día un niño será muerto, en el tercer pueblo, por un hombre feliz. Todavía el niño está sentado en el suelo y abrocha su camisa, y el hombre que se afeita dice que hoy harán un paseo en bote por el riachuelo, y la mujer canturrea y coloca el pan, recién cortado, en un plato azul. Ninguna sombra atraviesa la cocina, y, sin embargo, el hombre que matará al niño está al lado de la bomba de bencina roja, en el primer pueblo. Es un hombre feliz que mira en una cámara, y en el cristal ve un pequeño carro azul, y a su lado a una muchacha que ríe. Mientras la muchacha ríe y el hombre toma la hermosa fotografía, el vendedor de bencina ajusta la tapa del tanque y asegura que tendrán un bonito día. La muchacha se sienta en el carro, y el hombre que matará al niño saca su billetera del bolsillo y comenta que viajarán hasta el mar, y en el mar pedirán prestado un bote y remarán lejos, muy lejos. A través de los vidrios bajados, oye la muchacha, en el asiento delantero, lo que él habla; ella cierra los ojos, ve el mar y al hombre junto a sí en el bote. No es ningún hombre malo, es alegre y feliz, y antes de entrar en el carro se detiene un instante frente al radiador que centellea al sol, y se goza del brillo y del olor de bencina y de ciruelo silvestre. No cae ninguna sombra sobre el carro, y el refulgente parachoques no tiene ninguna abolladura y no está rojo de sangre.
Pero, al mismo tiempo que, en el primer pueblo, el hombre cierra la puerta izquierda del carro y tira el botón de arranque, en el tercer pueblo, la mujer abre su alacena, en la cocina, y no encuentra el azúcar. El niño, que ha abrochado su camisa y que ha amarrado los cordones de sus zapatos, está de rodillas en el sofá y contempla el riachuelo que serpentea entre los alisos, y el negro bote que está medio varado sobre el pasto. El hombre que perderá a su hijo está recién afeitado y, en ese momento, pliega el soporte del espejo. En la mesa, las tazas de café, el pan, la crema y las moscas. Sólo el azúcar falta, y la madre ordena a su hijo que corra donde los Larsson y pida prestados algunos terrones. Y mientras el niño abre la puerta, le grita el padre que se dé prisa, porque el bote espera en la ribera. Remarán tan lejos como nunca antes remaron. Cuando el niño corre a través del jardín, en todo momento piensa en el riachuelo y en los peces que saltan, y nadie le susurra que sólo le quedan 8 minutos para vivir y que el bote permanecerá allí donde está todo el día y muchos otros días. No es lejos lo de los Larsson: únicamente cruzar el camino, y mientras el niño corre atravesándolo, el pequeño carro azul entra en el otro pueblo. Es un pueblo pequeño con pequeñas casas rojas, con gente que acaba de despertar, que está en su cocina con las tazas de café levantadas y observan al carro venir por el otro lado del seto con grandes nubes de polvo detrás de sí. Va muy rápido, y el hombre en el carro ve cómo los álamos y los postes de telégrafo, recién alquitranados, pasan como sombras grises. Sopla verano por la ventanilla. Salen velozmente del pueblo. El carro se mantiene seguro en medio del camino. Están solos todavía. Es placentero viajar completamente solos por un liso y ancho camino, y a campo abierto es mucho mejor aún. El hombre es feliz y fuerte, y en el codo derecho siente el cuerpo de su futura mujer. No es ningún hombre malo. Tiene prisa por alcanzar el mar. No sería capaz de matar a una mosca, pero sin embargo, pronto matará a un niño. Mientras avanzan hacía el tercer pueblo, cierra la muchacha otra vez los ojos y juega que no los abrirá hasta que puedan ver el mar, y al compás de los muelles tumbos del carro, sueña en lo terso que estará.
¿Por qué la vida está construida con tanta crueldad, que un minuto antes de que un hombre feliz mate a un niño, todavía es feliz y un minuto antes de que una mujer grite de horror, puede cerrar los ojos y soñar en el ancho mar, y durante el último minuto de la vida de un niño pueden sus padres estar sentados en una cocina y esperar el azúcar y hablar sobre los dientes blancos de su hijo y sobre un paseo en bote, y el niño mismo puede cerrar una verja y empezar a atravesar un camino con algunos terrones en la mano derecha envueltos en papel blanco; y durante este último minuto no ver otra cosa que un largo y brillante riachuelo con grandes peces y un ancho bote con callados remos?
Después, todo es demasiado tarde. Después, está un carro azul al sesgo en el camino, y una mujer que grita retira la mano de la boca, y la mano sangra. Después, un hombre abre la puerta de un coche y trata de mantenerse en pie, aunque tiene un abismo de terror dentro de sí. Después hay algunos terrones de azúcar blanca desparramados absurdamente entre la sangre y la arenilla, y un niño yace inmóvil boca abajo, con la cara duramente apretada contra el camino. Después, llegan dos lívidas personas que todavía no han podido beber su café, que salen corriendo desde la verja y ven en el camino un espectáculo que jamás olvidarán.
-Porque no es verdad que el tiempo cure todas las heridas-. El tiempo no cura la herida de un niño muerto y cura muy mal el dolor de una madre que olvidó comprar azúcar y mandó a su hijo a través del camino para pedirla prestada; e igualmente, mal cura la congoja del hombre feliz, que lo mató..
Porque el que ha matado a un niño, no va al mar. El que ha matado a un Niño vuelve lentamente a casa en medio del silencio, y junto a sí lleva una mujer muda con la mano vendada; y en todos los pueblos por los que pasan ven que no hay ni una sola persona alegre. Todas las sombras son más oscuras, y cuando se separan todavía es en silencio; y el hombre que ha matado a un niño sabe que este silencio es su enemigo, y que va a tener que necesitar años de su vida para vencerlo, gritando que no fue su culpa. Pero sabe que esto es mentira, y en sus sueños de las noches deseará en cambio tener un solo minuto de su vida pasada para "hacer este solo minuto diferente".
Pero tan cruel es la vida para el que ha matado a un niño, que después todo es demasiado tarde.
* Stig Dagerman fue un escritor anarquista sueco nacido en 1923. Se suicidó en 1954, acuciado por una terrible depresión.
lunes, 22 de agosto de 2011
"Es natural que Dios", de Roberto Themis Speroni*
Es natural que Dios se comunique
con mi melancolía; que comparta
mi pan, mi techo aciago y que me ofrende,
de vez en cuando, un búho, una botella,
una hoja de menta, un libro viejo
escrito sobre un vidrio de colores.
Es natural que llegue sin anuncio,
definido y abierto como un árbol,
y que se instale cerca de la leña
desatada en crujidos ardorosos,
sin dirigirme nunca la palabra,
alto y ritual, hermoso como un sable.
Suele irritarme su actitud, la espera
brillante de sus ojos, la implacable
actividad oculta de sus manos
quemadas por dos vírgulas de hierro.
Yo soy un hombre y El lo sabe. Tengo
arrebatos de hombre, no de insecto,
ni dulzura animal para mis actos
manejados por turbia inteligencia.
Arrojo el vino. Tiro de la mesa
los mendrugos, las moscas, los papeles;
tenso mis antebrazos, crispo el nervio
más hondo, y con rudeza, lo fustigo,
lo invito a que se mida con mi angustia
crecida en los confines de su obra.
No responde. se ubica acomodando
su codo en la madera, y sin testigos,
pulseamos al igual que dos labriegos
en honesta y tristísima disputa.
R. Themis Speroni, escritor platense.
Más información:
http://proyecto-speroni.blogspot.com/
http://www.eldia.com.ar/edis/20090927/revistadomingo54.htm
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